Caminaba por la calle pensando en el peso de mi supercámara canon 5d mk IV cuando, al doblar la calle, vi como incidía la luz sobre una pared cercana. Me acerqué al lugar sintiendo pálpitos en el corazón; las sombras proyectadas de una farola, un árbol y una grúa aparcada cerca componían una maravillosa escena en la pared roja. Medí mis pasos, ajusté cámara y alcé mi brazo derecho para componer un plano en vertical, cuando de la nada, surgió un sujeto, que cigarrillo en mano, se paró en medio de mi composición. El me miró, sonrió descaradamente y exhaló humo por la boca. La malahostia se apoderó momentáneamente de mí, sin embargo, recordé que la paciencia es virtud de fotógrafos, bajé los brazos y pasé de largo. El tipo, después de ver mi actitud, volvió a soltar una bocanada de humo, sonríó y se marchó por el mismo lugar que había venido. Al cabo de unos segundos, volví sobre mis pasos, a la misma pared, cuando una nube oscura se cruzó ante el sol y la grúa aparcada arrancaba en dirección desconocida.